#ElPerúQueQueremos

Vivencias

Publicado: 2010-02-07

El sábado pasado se llevaron todas las puertas de mi casa. Absolutamente todas. Y que conste que no lo digo metafóricamente. Es una cruda realidad...

Temprano en la mañana llegaron cuatro hombres, apenas saludaron, ni siquiera me miraron, entraron directa y avasalladoramente a hacer su labor y bisagra por bisagra desencajaron las puertas de sus umbrales.

Yo intenté decirles que tengan cuidado con las paredes, con las puertas mismas con los gatos, con lo que fuera pero me dejaron parada en la mitad de la sala con las palabras en la boca agria.

Con una rapidez casi inhumana fueron agrupando cada puerta de la casa en el recibidor. Las puertas de los cuartos, de los baños, de la despensa, de los muebles de cocina, del repostero, de los closets, del armario, los cajones también. Cuando ya no quedaba mas que la puerta de la entrada y la puerta falsa me dijeron un par de cosas que por mi estado atónito no entendí y se fueron dejándome parada en el mismo sitio donde me encontraron al llegar.

Me tomó un tiempo salir del desconcierto y recuperarme de la sensación de saqueo, de ultraje, de violación.

Di un par de pasos cuidadosos. Hacer ruido o alborotar el aire en esos momentos hubiese sido como echar acido muriático en una llaga.

Cuando luego de unos minutos vi salir de quien sabe donde a los aterrorizados gatos sentí la confianza de caminar con cautela por mi casa.

Primero entré a la cocina y me sorprendió la cantidad de cosas que parecían haber brotado de los muebles sin puertas, no solo vajilla y cientos de utensilios de cocina sino cuadernos, libros, adornos, recibos pagados, guías telefónicas, pilas, palos, llaves imanes y cuanto cachivache uno se pueda imaginar. Quien hubiera creído que tantas cosas habían estado llenando esos espacios.

Un poco fastidiada por el desorden continué revisando mi casa. El siguiente cuarto fue el de huéspedes. Ni bien entré sentí como si una avalancha cayera sobre mi. Del armario y del closet saltaron cientos de cosas mas, esta vez eran ropa, fotos, agendas viejas, cuadernos, música, afiches, recortes de periódicos, más libros y más adornos y miles y miles de recuerdos. Yo he vivido en esta casa 10 años pero podría jurar que estaban guardados allí todos los años de mi vida.

Fui de cuarto en cuarto y en cada uno de ellos pasó lo mismo y más. Salían abriéndose paso las miles de vivencias acumuladas durante tanto tiempo. Habían estado apiñadas y silenciadas detrás de las fuertes y represoras puertas de madera pintadas de blanco. Ahora todas podían salir, no había nada que las sujete o calle, algunas rodaron libres y por instantes me refrescaron y robaron una sonrisa, otras solo querían estar presentes pero eran demasiadas y no había lugar para ellas, pero muchas estaban rabiosas, habían estado ahogadas, tapadas e incubando rabia y ahora avanzaban gritando y exigiendo atención.

Todas estas vivencias convertidas en objetos, en cosas materiales rodaban, marchaban, se arrastraban invadiendo cada espacio vacío de la casa. Fueron haciendo con migo lo que yo les había hecho durante años. Me fueron arrinconando, chancando, estrujando. Comenzaron a asfixiarme. Se me arrojaban una tras otra refregándose en mi cara y obligándome a aceptar quien era yo en realidad. Traté de explicarles que yo pensé que lo que había hecho estos años con ellas era contenerlas, aguantarlas, ponerlas a dormir placidamente pero aparentemente las había querido desaparecer y ellas no habían ocurrido para que esto sucediera. Ellas querían estar presentes mientras estuvieran vivas. Ese día caí en cuenta que son longevas e intensas, demasiado para mi propio bienestar pero así son y no las puedo cambiar.

Cuando sentí que me ahogaba traté de sujetarlas y calmarlas pero han estado invadiendo cada milímetro de mi casa desde el sábado sin dejarme en paz. Hasta ayer he intentado regresar tarde y cansada para caer rendida e ignorarlas pero no me dejan dormir, me despiertan durante la noche y temprano en la mañana. Hoy les he pedido comprensión, he jurado que no voy a desentenderme de ellas pero que hasta que pueda lidiar con ellas me comprendan y se queden quietas en cajas de embalaje. Les he contado que nos vamos a un sitio nuevo, y que una por una las sacaré de las cajas y le daré su tiempo, conversaremos y luego las ubicaré en un lugar cómodo, nunca mas apiñadas, desatendidas ni empolvadas.

Hasta el medio día han estado tranquilas pero se han ido inquietando durante la tarde y en estos momentos, siendo las 10.57 de la noche del domingo 7 de febrero están nuevamente desconfiadas y ruidosas. Golpean las cajas de cartón y como histéricas me hablan todas a la vez. Creo que no podré dormir bien tampoco esta noche.


Escrito por

pachi valle riestra

mujer peruana de 42 años, bailarina, coreografa, maestra de danza. Además y aveces...jurado de programas concurso de baile en la televisíon, sin ser actriz ha actuado en la televisión y en teatro, sin ser escritora escribe porque la hace feliz, caminante porq


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