#ElPerúQueQueremos

La Pena

Publicado: 2010-01-10

Fue bueno para ella aprender que la pena y el miedo son cosas distintas. Fue mejor aún reconocer que por suerte ella sufría de pena y no de miedo. Pensó que el miedo paraliza mientras que a la pena se le espanta bailando, saltando, girando, rodando, sudando y convulsionando. Ingenua ella.

Fue así como una tarde a principios de verano decidió exorcizar su pena. Se puso un vestido con vuelo y unos zapatos con amortiguación y partió segura que lograría su cometido.

Entró al amplio y semi oscuro salón con piso de cemento pulido. Nadie bailaba aún. La gente esperaba cobardemente a que algún desvergonzado iniciara la rumba. Ella no se dejó intimidar por las miradas enjuiciadoras que le recordaban lo torpe y egoísta que había sido. En realidad ya no tenía que perder. La pena la tenía en el subsuelo y su única alternativa era sacarla, exprimirla fuera de su sistema así que comenzó poco a poco.

Su cuerpo se fue moviendo al ritmo de Lárgate, de los hermanos Yaipen y luego de toda la recatafila de éxitos bailables del 2009 pero nada. El baile no estaba surtiendo efecto. Seguía exactamente igual de desalmada y acongojada. Le hecho la culpa a la música. Pidió que la cambien.

Y como el dj era un buen hombre decidió complacerla poniendo la inmensa variedad de música que podría ayudarla a exorcizar la demoníaca pena.

Con Bebé fue sintiendo como su cuerpo se calentaba, Con Jay Z y Alicia Keys ya estaba hirviendo y se movía solo, iba perdiendo el control. Cuando MGMT sonó ya estaba ella saltando tan alto que algunas mechas tocaban el techo y con los Rolling Stones ella volaba de pared a pared.

En ese momento pensó que ya estaba todo arreglado, que por lo menos sentiría tranquilidad nuevamente pero fue justamente este pensamiento que la hizo caer desde lo mas alto y no solo se golpeó la cadera sino que su esperanza de mejora se derramó. Se sentía peor que antes.

Desesperada salió a la calle y corrió sin tregua hasta la playa. Si iba muy rápido quizá dejaba a la pena atrás. Pero tampoco funcionó.

Se metió sin cuidado al agua helada y peligrosa. Las olas la cacheteaban, la zamaqueaban con una fuerza asesina que sin duda matarían también a la pinche pena. Pero no fue así. Mas bien la empujaron a la orilla.

Dos hombres la observaban atónitos mientras tomaban cervezas. Se le ocurrió por un momento morderlos, dejarse tomar por ellos, rodar por la arena rasposa con ambos. Pero descartó esa idea. La había probado antes y no le había funcionado.

Entonces pensó que lo que necesitaba era silencio, inmovilidad. Caminó hacia su departamento abatida y se sentó en el banquito que le había hecho su padre años atrás. Sintió su respiración, y el peso de su pelvis. Si reencontraba su centro se sentiría mejor.

Pasaron minutos y lo único que encontró fue a la pena misma. De pronto la vio clarísima. La pena era nada mas ni nada menos que una especie de arácnido, algo así como una garrapata que se enganchaba fuerte con sus ocho patas y no se soltaba hasta estar repleta. La garrapata que la habitaba había encontrado a la anfitriona ideal y no se llenaba fácilmente. Era devoradora y no solo se alimentaba de sangre sino de todo lo que encontraba. Iba creciendo y engordando segundo a segundo.

Cayó en cuenta que la sensación de tener un hueco en la boca del estomago no era solamente una sensación, era una realidad. La garrapata había comenzado por allí, primero comiéndose su comida y luego raspándole y perforándole la capa interna del estomago con los dientecillos.

Si el corazón le golpeaba con mas fuerza era porque los tejidos alrededor se los estaba devorando y poco a poco estaba quedando el órgano sangriento mas expuesto, sin nada que lo proteja.

Además le había estado chupando el oxigeno y los nutrientes de la sangre.

Si le costaba respirar era porque también había succionado parte de sus bronquiolos y alvéolos y los pocos que le quedaban no eran suficientes para hacer el intercambio de gases vital para que siga existiendo. Si no había vuelto a menstruar era porque su útero había sido delicioso alimento para este acaro gigante y ya no quedaba absolutamente nada de el. Si le habían aparecido nuevas arrugas era porque la desgraciada usaba la keratina y las grasas naturales de la piel como saborizante.

No quiso pensar más en los destrozos que estaba sufriendo y que seguiría sufriendo. Era victima de una enfermedad infecciosa y ahora además de pena tenía miedo.

Por primera vez en su vida sintió que de pena uno si se puede morir. Cerró los ojos y se entregó a su garrapata.


Escrito por

pachi valle riestra

mujer peruana de 42 años, bailarina, coreografa, maestra de danza. Además y aveces...jurado de programas concurso de baile en la televisíon, sin ser actriz ha actuado en la televisión y en teatro, sin ser escritora escribe porque la hace feliz, caminante porq


Publicado en

Pachi

Just another Lamula.pe weblog