#ElPerúQueQueremos

Decisiones

Publicado: 2009-11-09

No estaba preparada para volver a sentir dolor.

Hacía mucho tiempo que no lo sentía. Esa semana había estado con mucha rabia, demasiada, casi botando espuma por la boca. También había sentido ansiedad y culpa. Había vuelto a fumar y comía compulsivamente. Presentía que si no hacía lo debido, si no tomaba la decisión correcta, estos “síntomas” fastidiosos podían convertirse en puro y despellejado dolor. Esto no me podía volver a ocurrir, no a mi edad.

Mientras con furor cortaba los champiñones para la ensalada de la cena se me venían imágenes nunca olvidadas pero si ocultas: la textura de la almohada en mi cara, mi cuerpo semidesnudo en la nieve, el día después de que todos los platos, adornos, vidrios y huesos se rompieron, el olor a Egyptian Musk, las visitas que le hacía al hospital, el despertar rodeada de mujeres llorando en camillas, la despedida definitiva, el avión…

Solté el cuchillo y me senté en el banquito. Intenté respirar pero estos recuerdos me bombardeaban de tal manera que no le dejaban espacio a ningún otro pensamiento o acción. Pensé que lo único que me tranquilizaría era subirme las pulsaciones para que mi corazón bombeará y expulsará de mi sistema todo lo que me estaba perturbando. Así que decidí salir a trotar. Me importó poco que mis rodillas estuvieran lesionadas. Atravesé las calles, hasta llegar al malecón y luego bajé a la playa. Mis zancadas eran largas, me sentía fuerte, como un toro suelto en plaza.

El movimiento repetitivo y el impacto de mi cuerpo con cada paso estaban surtiendo efecto. Mi cabeza se estaba ordenando. Pensaba lo que siempre he pensado en mi vida. Que uno es responsable de su propia felicidad o infelicidad. Que a nadie podemos agradecer ni culpar. Que son nuestras decisiones las que nos darán la vida que queremos. Pero acto seguido volvió a incrustarse una terrible pregunta ¿Cuál es la vida que quiero? No lo sabía realmente. Solo sabía que quería ser feliz y no sentir dolor. Nuevamente me comencé a desesperar ¿Qué debía hacer entonces para mantener o conseguir esto? ¿Cuál era la decisión correcta? Esto era un peso, una responsabilidad demasiado grande. Corrí mas rápido y creo que por mucho rato. Cuando regresé al edificio donde vivía estaba tan cansada como luego de que uno a llorado a rabiar y la sensación que queda es parecida a la del alivio.

Abrí la puerta del departamento. Ya estaba oscuro y no se veía nada. Di tres pasos y me tropecé con algo, di dos pasos más y me tropecé con otra cosa. Cuando desconcertada prendí la luz me encontré con muchas cajas, cajitas, cajotas. Mi departamento estaba lleno de cajas de embalaje. No había nada más que eso, ni un mueble descubierto, ni una planta, ni una copa. Puras cajas de embalaje. Pensé que me había equivocado de departamento pero tenía el mismo número que el mío. De pronto escuché un ruido en el cuarto de huéspedes y acto seguido salió un hombre como de veinte años, de contextura gruesa, cabello ensortijado y cabeza grande. Yo salté entre las cajas, corrí hacia la puerta, me caí y grité “¡ladrón! ¡ladrón!”. El hombre corrió hacia mí y con una cara mas asustada que la mía (creo) y una voz grave pero dulce dijo “Mom, what´s wrong? Are you o.k? Lo quedé mirando paralizada. Su rostro y olor me parecieron familiares. ¿Me había dicho Mom, osea Mami? Qué era esto, una broma, quién era este chico-hombre con ojos de venado asustado…

No sé si era por el shock o porque la cara del joven se me hacía muy familiar o por que no me parecía amenazador sino mas bien tierno y preocupado que me quedé quieta y no intenté huir. Nos miramos durante lo que pareció bastante tiempo, ambos intentando comprender que estaba pasando. Yo rompí el silencio y le pregunté quién era, qué hacía en mi departamento, por qué me había embalado las cosas. El me respondió siempre en ingles “¿Como que quien soy? Soy Lawrence, tu hijo”.

Me corrió un hielo helado por la columna, me levanté furiosa y nuevamente asustada le dije, mientras corría hacia el baño para protegerme, que se largara, que no entendía porque me quería jugar esta broma.

Me encerré.

El parecía desesperado, me tocaba la puerta y me preguntaba una y otra vez que me ocurría. De pronto se calló, pasaron unos minutos de silencio y nuevamente lo escuché hablar. Parecía que hablaba por teléfono y en ingles. Dijo algo así como “Papá, no me reconoce, ni siquiera sabe quien es ella, que debo hacer, no quiere salir del baño.” La persona al otro lado del teléfono debió de haberle dado unas indicaciones y el colgó. Llamó a otra persona y esta vez en un pésimo español dijo “Abuelita Meme, mi mamá está mal, ha perdido la razón. Vengan rápido”.

A estas alturas yo ya estaba tan desconcertada que me sentía al borde de una crisis nerviosa. En primer lugar yo no tuve, ni tengo ni tendré hijos. Tengo 41 años y vivo desde hace 8 con una mujer. En segundo lugar ¿Abuelita Meme había dicho? Mi mamá se llama Meme pero tampoco es abuela de nadie.

No se cuanto tiempo paso, mucho creo. Durante ese rato yo no me atreví a salir del baño. De cuando en cuando escuchaba la voz del joven diciendo “Mom” “Mom” hasta que sonó el timbre, la puerta principal se abrió y escuche la voz de mi padre y madre saludando calidamente al joven. Abrí sigilosamente la puerta del baño y mi padre la empujó con fuerza. Lo ví al lado de mi aterrada madre y de un hombre que reconocí como un amigo médico siquiatra de la familia. Ella se abalanzó para abrazarme y me suplicó que me tranquilizara. Yo me sacudí gritando, “¿Qué pasa? ¿Qué tipo de complot es este? ¿Donde está Fernanda?”

Entre todos me redujeron y el médico me forzó una pastilla por la boca. Yo traté de escupirla pero entre atoros y babas creo que me la tragué. Seguí pataleando y pidiendo explicaciones cada vez con menos fuerza hasta que no recuerdo nada.

Lo siguiente que recuerdo es que estaba en la cama de un hospital con poca energía y mucha calma. El joven me miraba con mucha ternura y me tenía abrazada. En ese momento me di cuenta de que se parecía a mi ex pareja. Suavemente dije “¿Leroy?” y el joven salto de la cama “Sí, sí mamá” exclamó. Llamo a sus abuelos (que resultaron ser mis padres). Yo seguía confundida pero sin una gota de ansiedad, es mas me dió risa y pregunté de que estaban hablando. En ese momento entró también el medico amigo y me dijo que por el estrés de los cambios en mi vida había perdido la memoria y no sabía quien era ni donde estaba.

Con una carcajada le respondí que era un tonto que por supuesto que yo sabía que era Pachi Valle Riestra. El médico, con esa cara irritante que tienen varios médicos que se creen dueños de la verdad me preguntó “¿Y qué mas? Cuéntame de tu vida” Yo, enfrentándolo, respondí.

Soy bailarina, coreógrafa y docente. Trabajo desde hace un tiempo en la televisión y por ello soy medianamente conocida. Tuve una escuela de danza muy importante que fundé junto con dos socias en 1995 cuando regresé de vivir en Nueva York. Enseño danza en la Universidad Católica. Soy la pareja de Fernanda Longoni y tenemos dos gatos.

En ese momento el me interrumpió diciendo, “Lo único cierto de todo esto es tu nombre y que eres bailarina”. Busqué la mirada de mis padres para que me dieran la razón y no lo hicieron.

Me levanté de la cama y con una seguridad casi soberbia decidí probarles lo contrario. Pensé que si salía al pasillo las enfermeras, pacientes o visitantes de la clínica me reconocerían y hasta me pedirían autógrafos y así no podrían porfiarme mas, tendrían todos que aceptar que estaban jugándome una broma de muy mal gusto o tratando de engañarme y confundirme para conseguir algo que hasta el momento no se me ocurría que podía ser. Esperaba explicaciones y disculpas.

A pesar de estar débil salí de la habitación con paso seguro y con garbo. Había mucha gente pero nadie volteó a mirarme. Seguí caminando por el pasillo como desfilando por una pasarela y no recibí nada. Mis padres, el joven y el médico me observaban desde la puerta. Indignada me acerque a donde una enfermera y le pregunté si sabía quien era yo. Ella timidamente respondió que no. Yo, alzando la voz, la reté “¿Acaso nunca has visto televisión? ¿El programa de Gisela?” Ella asintió con la cabeza pero luego agrego “¿y? ¿Ha salido usted alguna vez allí?”

En ese momento la rabia se me subió del estomago a incendiarme la cabeza y creo que me desplomé.

Cuando nuevamente volví a la conciencia estaba en la misma cama, en el mismo cuarto de la clínica con las mismas cuatro caras preocupadas mirándome. Esta vez estaba rendida. Me dí por vencida y les pedí entre sollozos que me contaran que estaba pasando. El médico comenzó diciendo que era normal que ante los cambios tenga una crisis de este tipo. Luego entre mi padre, madre y el chico me contaron lo siguiente:

Yo me había ido en 1986 a estudiar danza a Nueva York.

(Hasta allí estaba yo de acuerdo, el resto de la historia fue todo novedad para mi).

En 1992 había dado a luz a un rollizo bebe al cual mi pareja Leroy y yo habíamos llamado Lawrence. Los años siguientes fueron duros por la muy destructiva relación entre Leroy y yo y porque me había alejado de la danza para dedicarme al cuidado de nuestro hijito.

Este cambio tan radical en mi vida, sumado a las penurias económicas y las peleas casi diarias con Leroy me mandaron al diablo y fue en ese momento que sufrí mi primera crisis nerviosa. Luego de estar internada en un hospital público en Brooklyn mis padres desesperados me convencieron de que venga a visitarlos al Perú.

Es así como en 1995 vine con Lawrence pero no me quedé a vivir aquí sino que solo pasé 3 meses. Durante esos meses veía Panorama todos los domingos. Había una reportera que trabajaba allí que se llamaba Fernanda Longoni y aparentemente me obsesioné con ella. Me parecía intrépida, graciosa y audaz y comencé a pensar que estaría mejor con una mujer. Quise conocerla pero, como si leyera mi pensamiento, Leroy me llamó suplicándome que regrese.

Y así lo hice. Decidí darle a esa relación una última oportunidad. Aparentemente fue una buena decisión pues nuestra relación, que en realidad no carecía de amor, se tornó finalmente en una buena. Ambos pusimos de nuestra parte, trabajamos duro para funcionar como familia. A el le comenzó a ir muy bien profesionalmente y yo retomé la danza. Audicioné para la compañía de Trisha Brown y me aceptaron. Durante muchos años bailé allí y viajé con ella por todo el mundo. Cuando viajaba, Leroy se hacía total cargo de Lawrence y cuando no podía mi cuñada lo hacía.

Fui muy feliz, así me contaron.

Hace algunos meses, por culpa de unas lesiones, tuve que retirarme de la compañía y de bailar profesionalmente. Eso me tumbó. De pronto no le encontré propósito a mi existencia, me sentí inútil y hasta mi identidad se vió afectada.

Este estado de inseguridad afectó nuevamente y después de muchos años de estabilidad la relación con Leroy.

Decidí tomarme unos meses en Lima para pensar y reorganizar mi vida.

Es por esto que estoy de regreso, luego de veinticuatro años.

Por lo que me contaron mis padres y Lawrence, mi llegada al Perú había sido más fácil de lo que yo misma esperaba. Estaba muy contenta gozando del ritmo y la calidez de Lima, de las prontas propuestas que me estaban ofreciendo y es por esto que nadie comprendía por que había caído en tan extraña y dramática crisis.

Cuando terminaron de narrarme mi propia vida, yo no tenía nada que decir. De pronto les creí, o mas que eso todo lo otro que yo había estado creyendo que era mi vida desde hace años en Lima, con Fernanda, sin hijo, con dos gatos, como maestra y coreógrafa de danza me pareció lejano. Casi turbio, como una fantasía.

Mi padre observaba mi reacción ansioso, mi madre con lágrimas en los ojos y Lawrence se lanzó hacia mí. Nos abrazamos largo rato y fue ese abrazo que me confirmó que esto que me contaban era real. Su cuerpo fornido, tierno y tembloroso me ubicó. Me retiré un segundo para observarlo. Por supuesto que era mi hijo. Como había podido dudarlo. Tenía mi frente y la forma de mis ojos, la boca, nariz y contextura eran de Leroy. Su piel era una mezcla de los dos, oscura pero con muchas pequitas. Se me vinieron una avalancha de imágenes, la de su nacimiento, la de su potito de bebe cagado, su primer día en la guardería, sus pataletas, cuando se metía a nuestra cama los domingos en la mañana, cuando se rompió la pierna jugando basketbol, cuando se robaba sorbos de mi cerveza, sus dedos sucios acariciándome los cachetes cuando me veía triste y miles de recuerdos mas. Por el haría lo que sea, sentí. Era la razón de mi existencia. Le agarré su carita y lo besé hasta quedarme sin respiración. Le pedí mil disculpas y ambos nos quedamos dormidos hasta el medio día del día siguiente.

De eso han pasado varios días. Hoy me encuentro en mi departamento terminando de desempacar. Lawrence me acaba de contar ilusionado que acaba de hacer su primer amigo en Lima y que esta noche se irán de juerga. Leroy me ha llamado dándome la buena noticia que ha reservado un pasaje para el 18 de diciembre. Será la primera vez que viene al Perú, a mi patria, se quedará un mes. No sabemos si seguiremos juntos, como pareja, pero sabemos que nos queremos mucho.

Me siento feliz y agradecida. Agradecida por haber tomado la decisión años atrás de no rendirme y continuar con mi vida en Nueva York.

Debo reconocer sin embargo que cuando pienso en la vida que hace unos días creí haber vivido, me parece una gran vida, una deliciosa y digna de vivir vida. Me hubiera gustado también vivir esa vida.


Escrito por

pachi valle riestra

mujer peruana de 42 años, bailarina, coreografa, maestra de danza. Además y aveces...jurado de programas concurso de baile en la televisíon, sin ser actriz ha actuado en la televisión y en teatro, sin ser escritora escribe porque la hace feliz, caminante porq


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